Escribo esta reflexión desde el trapiche dedicada a mi Mamá, que murió un 14 de Agosto, hace ya casi una década, vísperas de esta fecha tan especial que celebramos los costarricenses, el día de la madre. Mi mamá, Doña Emilce como le decían en mi barrio era una campesina muy tica. Cocinaba la mitad del día, desde las 5 de la mañana la recuerdo frente a su cocina de leña, calentando el aguadulce, preparando el gallo pinto y el almuerzo de mi papá, que salía 10 minutos para las 6 am a la finca, dónde se ganaba su salario como peón agrícola. Uno a uno nos íbamos levantándonos todos los hermanos y hermanas, que encontramos las tortillas, siempre acompañadas con queso tierno o un huevo frito o pateado, según a cada uno nos consentía. Leche con cacao, café con leche y aguadulce.
Mi madre fue una verdadera autodidacta, como muchas de las mujeres ticas de su tiempo, la hija mayor solo fue a la Escuela para aprender a leer y escribir y aprender los números, como le decían antes a las operaciones básicas de sumar, restar, dividir y multiplicar. Así las cosas, a pesar de sus excelentes notas y comportamiento en la escuela, salió de tercer año, a cuidar a sus hermanos en San Isidro de Grecia. De niña realizó multiples facetas, desde atender la pulpería de mis abuelos, hasta acompañar a sus primas, cuando se le requería ayudar a una reciente madre con la hija mayor de la familia. Como nos contaba en sus anécdotas, llenas de cariño y de simpatía, le toco cargar con su padre alcohólico y hasta aprender a sacar guaro, como le decían en aquellos tiempos al licor de contrabando, muy común en los barrios de la Grecia rural, de aquel entonces.
Su juventud la vivió esencialmente cuidando a sus hijos, nueve vivos decía con cariño, cuando nos contaba que todos íbamos de año y medio. Mi madre, desde los 20 hasta los 42 años, paso muchos meses embarazada. Criando hijos en medio del delantal, como una gallinita cuidando a sus pollitos. Así la recordamos, durmiendo en la hamaca a nuestros hermanos, cocinando y lavando a mano, tratando de siempre de mantener en paz su hogar. Además, como si fuera poco, mi madre llevaba los cincos, como decía mi papá al presupuesto familiar. Ella afinaba las cuentas de los ingresos de la familia, que con el apoyo de las cogidas de café y los ingresos auxiliares que lograba obtener del Estado o de alguna u otra ayuda del contexto familiar. Así las cosas, mi madre fue contadora y con mucho éxito, gracias a ella y al trabajo de mi padre y mis hermanos mayores pudimos tener nuestra primera casa propia y claro, una finca de una manzana de tierra, que fue la que nos ayudó a salir de la pobreza y avanzar hacía lo que hoy llamaríamos clase media baja.
Mi madre vivió su edad madura entre las congojas de sus años difíciles, sus enfermedades como el asma y las varices, que minaron mucho de su capacidad de movilidad. Era una abuelita joven llena de cariño y compromiso con sus nietos. A todos los cuidaba con igual compromiso y nunca faltaba una llamadita de atención, desde que fueran a misa, hasta que aprendieran las normas básicas de convivencia. Nunca la encontré de mal humor, nunca se quejaba de nada, siempre fue una mujer fuerte pero su capacidad de convivencia y cariño, para con su familia, sus vecinos y vecinas y todos los que le pedían desde un vasito de agua hasta un café. Así fue mi mamá, lectora incansable de los periódicos y de todo folleto o trabajo, que dejáramos mal puesto en la casa. Sabía de política y de fútbol y más allá de su afición por la novela de las 6 de la tarde, nunca la vi reclamar tiempo para ella.
Mi madre era una campesina, comprometida con su familia, con su comunidad y con el país. Siempre salía tempranito a votar y nos decía que el deber de todo ciudadano era decidir con honestidad lo que fuese mejor para el país. Seguramente ya son muy pocos los que tienen una madre o abuela como Doña Emilce, pero si la tienen, no olviden visitarla y darle el cariño que se merece. Todos y todas tenemos la responsabilidad apoyar a nuestras madres, abuelas y esposas o compañeras, no para que sean como lo fueron nuestras madres o abuelas sino para seguir construyendo juntos la sociedad que aspiramos y queremos. Que Dios proteja a las madres en este 15 de Agosto del 2015 y siempre.
Dr. Leiner Vargas Alfaro
Desde el trapiche, Aalborg, Dinamarca.
Mi madre fue una verdadera autodidacta, como muchas de las mujeres ticas de su tiempo, la hija mayor solo fue a la Escuela para aprender a leer y escribir y aprender los números, como le decían antes a las operaciones básicas de sumar, restar, dividir y multiplicar. Así las cosas, a pesar de sus excelentes notas y comportamiento en la escuela, salió de tercer año, a cuidar a sus hermanos en San Isidro de Grecia. De niña realizó multiples facetas, desde atender la pulpería de mis abuelos, hasta acompañar a sus primas, cuando se le requería ayudar a una reciente madre con la hija mayor de la familia. Como nos contaba en sus anécdotas, llenas de cariño y de simpatía, le toco cargar con su padre alcohólico y hasta aprender a sacar guaro, como le decían en aquellos tiempos al licor de contrabando, muy común en los barrios de la Grecia rural, de aquel entonces.
Su juventud la vivió esencialmente cuidando a sus hijos, nueve vivos decía con cariño, cuando nos contaba que todos íbamos de año y medio. Mi madre, desde los 20 hasta los 42 años, paso muchos meses embarazada. Criando hijos en medio del delantal, como una gallinita cuidando a sus pollitos. Así la recordamos, durmiendo en la hamaca a nuestros hermanos, cocinando y lavando a mano, tratando de siempre de mantener en paz su hogar. Además, como si fuera poco, mi madre llevaba los cincos, como decía mi papá al presupuesto familiar. Ella afinaba las cuentas de los ingresos de la familia, que con el apoyo de las cogidas de café y los ingresos auxiliares que lograba obtener del Estado o de alguna u otra ayuda del contexto familiar. Así las cosas, mi madre fue contadora y con mucho éxito, gracias a ella y al trabajo de mi padre y mis hermanos mayores pudimos tener nuestra primera casa propia y claro, una finca de una manzana de tierra, que fue la que nos ayudó a salir de la pobreza y avanzar hacía lo que hoy llamaríamos clase media baja.
Mi madre vivió su edad madura entre las congojas de sus años difíciles, sus enfermedades como el asma y las varices, que minaron mucho de su capacidad de movilidad. Era una abuelita joven llena de cariño y compromiso con sus nietos. A todos los cuidaba con igual compromiso y nunca faltaba una llamadita de atención, desde que fueran a misa, hasta que aprendieran las normas básicas de convivencia. Nunca la encontré de mal humor, nunca se quejaba de nada, siempre fue una mujer fuerte pero su capacidad de convivencia y cariño, para con su familia, sus vecinos y vecinas y todos los que le pedían desde un vasito de agua hasta un café. Así fue mi mamá, lectora incansable de los periódicos y de todo folleto o trabajo, que dejáramos mal puesto en la casa. Sabía de política y de fútbol y más allá de su afición por la novela de las 6 de la tarde, nunca la vi reclamar tiempo para ella.
Mi madre era una campesina, comprometida con su familia, con su comunidad y con el país. Siempre salía tempranito a votar y nos decía que el deber de todo ciudadano era decidir con honestidad lo que fuese mejor para el país. Seguramente ya son muy pocos los que tienen una madre o abuela como Doña Emilce, pero si la tienen, no olviden visitarla y darle el cariño que se merece. Todos y todas tenemos la responsabilidad apoyar a nuestras madres, abuelas y esposas o compañeras, no para que sean como lo fueron nuestras madres o abuelas sino para seguir construyendo juntos la sociedad que aspiramos y queremos. Que Dios proteja a las madres en este 15 de Agosto del 2015 y siempre.
Dr. Leiner Vargas Alfaro
Desde el trapiche, Aalborg, Dinamarca.
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