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Así era mi papá, un agricultor y campesino de cepa.


Nacido en Zarcero de Alajuela en los años cuarenta del siglo pasado, de una familia humilde y campesina formada por mi abuelo Juan Rafael Vargas y mi abuela Claudia Rojas y sus hermanos Idalia y Rodrigo; fueron forjados al mejor estilo campesino de aquella época. Mi padre, Everardo Vargas Rojas fue un campesino de sepa hecho al calor de la tierra y de la dureza de la vida, huérfano de padre a los 6 años le tocó trasladarse a San Isidro de Grecia, donde vivió con una segunda familia de mi abuela, los Castro Rojas, una familia grande de 11 medios hermanos y hermanas y de mi abuelo conocido, Víctor Castro.



Mis recuerdos de papá datan de pequeño cuando recolectamos café en la finca de los Araya, una hacienda de 100 hectáreas de café y caña dónde mi padre fue capataz por muchos años y dónde pasamos los primeros 18 años como familia, mi madre Emilce, mis 6 hermanos, dos hermanas y yo.  En mi casa campesina nunca faltó comida, porque mi padre fue siempre un agricultor, elotes, chayotes, ñampí, yuca, frijoles, leche, huevos, queso y natilla fueron siempre productos de la pequeña huerta de mi padre, una franja de tierra que el patrón le cedía para sembrar y que mi padre aprovechaba al máximo.

El café fue parte integral de mi vida, la cogida, la junta, el almacigo, la poda o deshijada,  mi padre nos enseñó a mis hermanos y a mi a apreciar la agricultura, actividad que involucra siempre tener paciencia, confianza y esperanza. La cosecha siempre se produce cuando se siembra con amor decía, nada es gratis, todo lo bueno requiere esfuerzo y dedicación. Un campesino nunca se dobla, más que para volver a sembrar e intentarlo de nuevo, una y otra y otra vez, la tierra es noble y requiere cuidarla, abonarse decía, la cosecha siempre es el resultado de tu mejor esfuerzo. 

Apenas y logró llegar a tercero de la escuela, pero cuando cumplió 50 y gracias a mi hermano mayor, tomó por suficiencia y en la noche las clases para graduarse de sexto año de escuela, un diploma que recuerdo fue tan importante para él, como el día que gracias a la Universidad Nacional recibí el bachillerato en Economía, recuerdo me decía con un abrazo que se sentía el hombre más orgulloso del planeta. Por eso sé, lo que sienten muchos padres de nuestros universitarios que son el primero en recibir un título en su familia, por eso siempre he sido selló UNA, 
Mi padre campesino es el reflejo de mi herencia que llevaré conmigo siempre, algunos dicen que soy tosco y muy directo, demasiado para ser políticamente correcto. La verdad es que llevo sangre campesina, donde se acostumbra a decir las cosas por su nombre, a hablar con la verdad sin tanta palabrería. Nuestros agricultores son persistentes, son valientes, pero son también solidarios y gente humilde y amable. Mi padre fue un agricultor toda su vida y recuerdo aún que en sus últimos años, de repente aparecían en la puerta de mi casa sacos de frijoles, elotes o un racimo de plátanos. Su herencia solidaria había creado la costumbre de que lo que te sobra no lo vendes, lo regalas a los demás, ese es el campesino tico que hoy celebra en Zarcero, en Tierra Blanca de Cartago, en San Carlos o en Pérez Zeledón, en Sarapiquí o en la bajura Guanacasteca. 

Así era mi papá, un campesino de cepa.

En honor a los miles de costarricenses que siembran la tierra y hoy celebran su día, el día del agricultor.

Dr. Leiner Vargas Alfaro
Catedrático Universitario
CINPE Universidad Nacional


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