Nada me hacía mas feliz en mi época de niño o de joven que la mejenga. Una especie de reunión casual de los amigos del barrio, que luego del día de escuela, de colegio o el trabajo de campo, para quiénes no pudieron terminar sus estudios, marcaba una integración popular de dos o tres horas al calor del atardecer y hasta que los últimos rayos de luz se ocultaren en el horizonte.
La Mejenga era una actividad mixta, en algunas ocasiones se mezclaban personas desde los 12 y hasta los 70 años de edad. Eran equipos que iniciaban 5 contra 5 y con el pasar del tiempo, podrían terminar hasta 30 contra 30.
La cantidad de goles era algo impresionante, recuerdo una tarde en que la mejenga termino 48 a 6. Si, es una masacre como solíamos decir, pero nuestro arquero era un chico un poco disperso. Recuerdo que con el pasar de los años le detectaron "asperguer" una condición que claramente dificulta la concentración en juegos colectivos. Pero la verdad es que en la mejenga sucedía, casi de todo.
Si bien en mi pueblo, Santa Gertrudis Sur de Grecia, era un honor participar de la Primera o del Juvenil, como se le conocía en mi época a los dos grupos de fútbol más importantes de la comunidad, casi nadie podrá dejar pasar las anécdotas y los recuerdos al calor de los mejores partidos o goles anotados en una Mejenga.
Ahora que está de moda hablar del mejor portero de la Eurocopa, sí, nuestro querido Keylor Navas, quiero contarles un poco lo difícil que era ser portero en uno de estos partidos de mejengueros. Claro, siempre podría pasar cualquier cosa, como cuando a Piña, uno de nuestros más connotados mejengueros, se le estallo la bola cuando intentó darle de puntazo y claro, considerando que nuestro estimado amigo jugaba "a coyol pelado", es decir, sin zapatos, el golpe que le pego a la bola le desbarató la uña, pero al mismo tiempo, le hizo un agujero a la bola que quedó al borde de la línea de gol, desinflada. Todos quedamos sorprendidos y por supuesto el portero, un muchacho un poco grueso que usaba una calzoneta muy larga, casi le llegaba hasta las rodillas, con botas de hule y una camiseta al mejor estilo de Marco Rojas, uno de nuestros mejores porteros de la época. El pobre Mainor, se lanzo a atrapar la bola pero al desinflarse de camino, cayó en un pozo de agua y barro que estaba en la portería, el lleno de lodo y la bola en la otra esquiña, apenas y llegando a la línea de gol.
Esa tarde eran como las 4 y claro, aún quedaban dos horas al menos de mejenga, pero el debate fue tal, que se prohibió a los mejengueros el gol de puntazo. Sí, como ustedes lo leen, fue la primera vez que en la mejenga la regla se aplicaba, no se podría dar de puntazo o se invalidaba el gol. El segundo gran problema era entonces, como atender aquella situación de no tener bola para continuar. La reparación fue un tanto improvisada, le quitaron el hule a la bola y le pusieron un parche de esos que utilizaban para las motocicletas, pero claro, era casi imposible que al inflar la pelota del parche no se saliese de la bola, por lo que la segunda parte de la mejenga se jugó con un balón un tanto distinto a lo convencional, que parecía haber resentido con "una chichota", el duro golpe de la uña de Piña, nuestro mejenguero.
La mejenga de pueblo al menos en mi época integraba la comunidad y hacía que todos pudieran disfrutar juntos, los empresarios y sus hijos, los jornaleros, los estudiantes y por supuesto, los extranjeros, sobre todo centroamericanos que empezaban a llegar en épocas de corta de caña o para recolectar el café, cuando se ponían las mejores "cojidas" del año. Era una forma de bajar el estrés para todos, hasta el cura del pueblo usaba de vez en cuando acercarse a la mejenga, para echar una que otra "chinita" a favor de sus obras o para regañar a alguno de los señores por su accionar con su familia.
La mejenga era un lugar de encuentro, una especie de reunión popular dónde cuando no se pateaba la bola, ya sea por la cantidad o la dificultad para poder mojarse en la cancha existía, se conversaba con los amigos y nos reíamos juntos de los trajes, los estilos y la forma de jugar de cuanto loco quisiera ingresar a la mejenga.
Seguramente la Costa Rica del siglo XXI carece de ese espacio para integrar a nuestro pueblo, el bingo, la mejenga, la carrera de cintas y tantas tradiciones campesinas de nuestros barrios que hoy parecen perder terreno en medio de la ciudad, los carros, el corre corre, la inseguridad y hasta un poco, la xenofobia que empieza a marcar a quienes visten o lucen diferentes.
Leiner Vargas Alfaro
Agosto 31, 2018.
La Mejenga era una actividad mixta, en algunas ocasiones se mezclaban personas desde los 12 y hasta los 70 años de edad. Eran equipos que iniciaban 5 contra 5 y con el pasar del tiempo, podrían terminar hasta 30 contra 30.
La cantidad de goles era algo impresionante, recuerdo una tarde en que la mejenga termino 48 a 6. Si, es una masacre como solíamos decir, pero nuestro arquero era un chico un poco disperso. Recuerdo que con el pasar de los años le detectaron "asperguer" una condición que claramente dificulta la concentración en juegos colectivos. Pero la verdad es que en la mejenga sucedía, casi de todo.
Si bien en mi pueblo, Santa Gertrudis Sur de Grecia, era un honor participar de la Primera o del Juvenil, como se le conocía en mi época a los dos grupos de fútbol más importantes de la comunidad, casi nadie podrá dejar pasar las anécdotas y los recuerdos al calor de los mejores partidos o goles anotados en una Mejenga.
Ahora que está de moda hablar del mejor portero de la Eurocopa, sí, nuestro querido Keylor Navas, quiero contarles un poco lo difícil que era ser portero en uno de estos partidos de mejengueros. Claro, siempre podría pasar cualquier cosa, como cuando a Piña, uno de nuestros más connotados mejengueros, se le estallo la bola cuando intentó darle de puntazo y claro, considerando que nuestro estimado amigo jugaba "a coyol pelado", es decir, sin zapatos, el golpe que le pego a la bola le desbarató la uña, pero al mismo tiempo, le hizo un agujero a la bola que quedó al borde de la línea de gol, desinflada. Todos quedamos sorprendidos y por supuesto el portero, un muchacho un poco grueso que usaba una calzoneta muy larga, casi le llegaba hasta las rodillas, con botas de hule y una camiseta al mejor estilo de Marco Rojas, uno de nuestros mejores porteros de la época. El pobre Mainor, se lanzo a atrapar la bola pero al desinflarse de camino, cayó en un pozo de agua y barro que estaba en la portería, el lleno de lodo y la bola en la otra esquiña, apenas y llegando a la línea de gol.
Esa tarde eran como las 4 y claro, aún quedaban dos horas al menos de mejenga, pero el debate fue tal, que se prohibió a los mejengueros el gol de puntazo. Sí, como ustedes lo leen, fue la primera vez que en la mejenga la regla se aplicaba, no se podría dar de puntazo o se invalidaba el gol. El segundo gran problema era entonces, como atender aquella situación de no tener bola para continuar. La reparación fue un tanto improvisada, le quitaron el hule a la bola y le pusieron un parche de esos que utilizaban para las motocicletas, pero claro, era casi imposible que al inflar la pelota del parche no se saliese de la bola, por lo que la segunda parte de la mejenga se jugó con un balón un tanto distinto a lo convencional, que parecía haber resentido con "una chichota", el duro golpe de la uña de Piña, nuestro mejenguero.
La mejenga de pueblo al menos en mi época integraba la comunidad y hacía que todos pudieran disfrutar juntos, los empresarios y sus hijos, los jornaleros, los estudiantes y por supuesto, los extranjeros, sobre todo centroamericanos que empezaban a llegar en épocas de corta de caña o para recolectar el café, cuando se ponían las mejores "cojidas" del año. Era una forma de bajar el estrés para todos, hasta el cura del pueblo usaba de vez en cuando acercarse a la mejenga, para echar una que otra "chinita" a favor de sus obras o para regañar a alguno de los señores por su accionar con su familia.
La mejenga era un lugar de encuentro, una especie de reunión popular dónde cuando no se pateaba la bola, ya sea por la cantidad o la dificultad para poder mojarse en la cancha existía, se conversaba con los amigos y nos reíamos juntos de los trajes, los estilos y la forma de jugar de cuanto loco quisiera ingresar a la mejenga.
Seguramente la Costa Rica del siglo XXI carece de ese espacio para integrar a nuestro pueblo, el bingo, la mejenga, la carrera de cintas y tantas tradiciones campesinas de nuestros barrios que hoy parecen perder terreno en medio de la ciudad, los carros, el corre corre, la inseguridad y hasta un poco, la xenofobia que empieza a marcar a quienes visten o lucen diferentes.
Leiner Vargas Alfaro
Agosto 31, 2018.
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