No se cuántos se recuerdan de su infancia y, de cuánto se espera la época de navidad. Seguramente quienes puedan leer esta nota, se recordaran que uno de los regalos mas comunes en los principios de los setentas en la Costa Rica rutal, para los chicos, eran las pelotas o bolas de hule, una especie de bola de colores, que era en sencillo, el balón más suave y barato que se vendía en los mercados de aquella época. De esa bola, quiero hablarles y con ello, recordarles la importancia de la navidad y de lo más importante que se va perdiendo con los años en las tradiciones de nuestro país, la amistad y la cercanía con los seres queridos, los más cercanos, esencialmente tu familia. Entonces profe, me dice uno de mis estudiantes, cuanto cuesta un recuerdo?, la verdad, nunca he pensado en ello, le respondí, es por eso que yo los regalo, con la única condición de que quién los compre, se sienta bien. Espero que después de leer esta historia, usted también se sienta bien.
En el patio de la casa había mucho espacio y muchas historias. Vivíamos en una hacienda grande, en la casa del capataz, una especie de gran galerón que tenía la casa del dueño de la hacienda y al lado, contigua y de un tamaño mas pequeño, una casa que habitaba mi familia, dado que mi padre era el mandador (el que manda) o capataz, como le dicen en el campo, el jefe directo de los peones de la finca, más de 40 familias que vivían de una hacienda de café en los años setenta. Era una casa de al menos 300 metros de grande, con un gran corredor que daba al frente de un patio de por lo menos dos mil metros, con manzanales y una gran área verde. Tenía 3 grandes árboles de mango criollo, que durante el verano daban una gran cosecha y que servían de habitad para todo tipo de animales, desde ardillas y aves hasta de cuando en cuando, un zorro que llegaba a buscar la dulce y sabrosa sensación del mango maduro de aquellos arboles. Ni que decir de las grandes épocas que pasamos con mis hermanos, primos y demás chiquillos de la hacienda. Más de uno se había quebrado una mano o un pie, en esos andares, pero todos recordamos siempre, esa sensación de libertad de subirnos a los mangos de la hacienda, algo que se queda guardado en los recuerdos para siempre. Al fondo de la propiedad un gran lago, con patos, peces y si, hasta un pequeño lagarto, que con el tiempo ya no era tan pequeño, dado que la cantidad de comida del lago lo engordó, e hizo crecer rápidamente. La verdad, a mi me gustaba mucho la época navideña, se trataba de una época de grandes aventuras, vientos fríos y claro, las famosas comelonas de tamales y claro, el regalito del niño.
Todos platicamos de chicos y la pregunta clásica era, y usted, que le va a traer el niño. La costumbre como siempre nos enseño mi madre, salud y comidita, lo demás Dios dirá. Pero todos sabíamos que siempre el 25 en la mañana y luego de mucho misterio, teníamos el regalito del año, algunas veces mejor que otras, pero siempre había algo para cada uno de los hermanos. Ese año yo esperaba que fuese mejor que otros, dado que por primera ves en mi vida, había participado de las cogidas de café, experiencia que, por lo general, le permitía aportar a la casa algo adicional para el ahorro y sobre todo, la posibilidad de tener las mudadas del año nuevo, los zapatos para la escuela y hasta un bulto nuevo.
Se acababa de cambiar gobierno en Costa Rica y por aquellas épocas llegó al poder, Daniel Oduber, un político de cuna del PLN, como decía mi papá, nunca hemos estado mejor que con liberación. Así que era una época para celebrar, la cogida de café fue buena y la navidad tendría que serlo. Todos los chiquillos habían hecho la carta al niño, yo había pedido mis primeros tacos de fútbol, dado que los que me había heredado mi hermano, ya no servían, se habían destapado tanto que ya no cabría un arreglo. Si, en aquella época era común llevar los zapatos dónde José, el zapatero del pueblo, que tenía una especie de choza con una gran zapatera y que se dedicaba, después de la jornada de trabajo en el campo, a remendar zapatos. Yo había intentado llevarlos pero la última ves me dijo, sabes amiguito, es mejor que "no gastes pólvora en zopilotes", ya no te sirven. Pero claro, unos tacos requerían de una bola y mi madre, que sabía cuanto habría trabajado por aquello, me había dicho que si me portaba bien, también me llegaría una bola, si, mi primera bola propia.
Como casi todos, contaba los días, las horas y algunas veces hasta los segundos para el día de navidad. Era apenas 23 de diciembre y las ansias nos hacían sentir, las ganas de que llegará el niño Dios. Si, esa es la verdadera historia de navidad, no la que cuentan ahora de Santa Claus o de los renos, volando hacía la chimenea, que por cierto, no tenemos en la tradición de nuestras casas de campo en Costa Rica. Eso se inventó después, cuando llegó la tele y la gente tenía otras cosas que hacer, pero en el campo, en la Costa Rica rural, la tradición iba con el portal y la llegada del niño, que era el último en llegar, a las casi media noche del 24 de Diciembre, que se acostumbraba poner al niño en el pesebre. Ayy...que lindo, el portal y las famosas posadas, que le permitían a uno salir de la casa en las tardes de enero, para rezar al niño Dios. Bueno, de eso les cuento otro día.
La noche de navidad era siempre toda una expectativa, todos queríamos saber si llegaría temprano, si tendría algún inconveniente de camino, si de verdad se acordaría de todos los niños del pueblo, si tendría suficiente platica acumulada por los padres para poder con tantas compras. Bueno, las preguntas iban y venían, todos los chiquillos ilusionados con la llegada de la navidad. En la casa no se comía nada muy extraño, la noche de navidad un par de tamalitos de cerdo o de pollo y una aguadulce bien calientita, si... esa que se hace con el dulce producido en El Trapiche. Y ahora si, a la cama tempranito, porqué sino, no llega el niño.
En la mañana, todos tempranito en la sala. Mi casa tenía una gran esquina que se usaba para el portal. Mi madre guardaba su máquina de cocer, que usaba para remendar la ropa, cocer ajeno y hacer las famosas sábanas de cuadritos, esas que hacía de retazos, que le permitían vestir todas las camas de la casa e inclusive, vendía en algunas ocasiones para redondear los ingresos familiares. Mi madre siempre tenía una que otra sorpresa y cuando llegaba la navidad, le reglaba a sus vecinas un recuerdito, sobre todo a las mas pobres que sabía que tendrían mas necesidad. Ahí, en medio de la sala dónde estaba el único foco de luz se ponía el pasito, con los reyes magos y las figuras de Maria y José, el burro y las ovejas, por supuesto la mula y el buey y lo más importante, el pesebre donde amanecía el niño.
Finalmente llegó, si llegó tempranito y para todos. Con una tortilla caliente aún en la mano y, apenas terminada la aguadulce con leche, finalmente todos abrimos los regalos. Si, todos teníamos para celebrar. Cada uno con mudada nueva, zapatos para la escuela -un pantalón corto nuevo y una camisa blanca de punto, seguro hecha por mamá-. Los tacos nuevos, bueno luego me enteré que eran donados a mi abuela y que los habían pagado a embetunar, para que parecieran nuevos, pero no importa. luego de la primera jugada, todos se parecían y podría alardear de tener por fin, unos tacos de fútbol propios. Finalmente, en una envoltura redonda y con mi nombre al lado, pintado con un plumón, la bola, si la bola de hule, mi primera bola en la historia. Si usted aún recuerda algo así, parecido, creo que somos de los mismos, de los que crecieron con pantaloncillos cortos y jugando una mejenga, comiendo mangos y manzanas rosas, bañados en el río en calzoncillos para llegar secos a la casa, esos que jugamos trompos y tresillo, de esos...espero que alguno, le guste leer y se sonría cuando termine este pequeño cuento.
Que bonita era la navidad, no les parece.....
Leiner Vargas Alfaro
Desde El Trapiche, Aalborg Noviembre 8, 2016.
En el patio de la casa había mucho espacio y muchas historias. Vivíamos en una hacienda grande, en la casa del capataz, una especie de gran galerón que tenía la casa del dueño de la hacienda y al lado, contigua y de un tamaño mas pequeño, una casa que habitaba mi familia, dado que mi padre era el mandador (el que manda) o capataz, como le dicen en el campo, el jefe directo de los peones de la finca, más de 40 familias que vivían de una hacienda de café en los años setenta. Era una casa de al menos 300 metros de grande, con un gran corredor que daba al frente de un patio de por lo menos dos mil metros, con manzanales y una gran área verde. Tenía 3 grandes árboles de mango criollo, que durante el verano daban una gran cosecha y que servían de habitad para todo tipo de animales, desde ardillas y aves hasta de cuando en cuando, un zorro que llegaba a buscar la dulce y sabrosa sensación del mango maduro de aquellos arboles. Ni que decir de las grandes épocas que pasamos con mis hermanos, primos y demás chiquillos de la hacienda. Más de uno se había quebrado una mano o un pie, en esos andares, pero todos recordamos siempre, esa sensación de libertad de subirnos a los mangos de la hacienda, algo que se queda guardado en los recuerdos para siempre. Al fondo de la propiedad un gran lago, con patos, peces y si, hasta un pequeño lagarto, que con el tiempo ya no era tan pequeño, dado que la cantidad de comida del lago lo engordó, e hizo crecer rápidamente. La verdad, a mi me gustaba mucho la época navideña, se trataba de una época de grandes aventuras, vientos fríos y claro, las famosas comelonas de tamales y claro, el regalito del niño.
Todos platicamos de chicos y la pregunta clásica era, y usted, que le va a traer el niño. La costumbre como siempre nos enseño mi madre, salud y comidita, lo demás Dios dirá. Pero todos sabíamos que siempre el 25 en la mañana y luego de mucho misterio, teníamos el regalito del año, algunas veces mejor que otras, pero siempre había algo para cada uno de los hermanos. Ese año yo esperaba que fuese mejor que otros, dado que por primera ves en mi vida, había participado de las cogidas de café, experiencia que, por lo general, le permitía aportar a la casa algo adicional para el ahorro y sobre todo, la posibilidad de tener las mudadas del año nuevo, los zapatos para la escuela y hasta un bulto nuevo.
Se acababa de cambiar gobierno en Costa Rica y por aquellas épocas llegó al poder, Daniel Oduber, un político de cuna del PLN, como decía mi papá, nunca hemos estado mejor que con liberación. Así que era una época para celebrar, la cogida de café fue buena y la navidad tendría que serlo. Todos los chiquillos habían hecho la carta al niño, yo había pedido mis primeros tacos de fútbol, dado que los que me había heredado mi hermano, ya no servían, se habían destapado tanto que ya no cabría un arreglo. Si, en aquella época era común llevar los zapatos dónde José, el zapatero del pueblo, que tenía una especie de choza con una gran zapatera y que se dedicaba, después de la jornada de trabajo en el campo, a remendar zapatos. Yo había intentado llevarlos pero la última ves me dijo, sabes amiguito, es mejor que "no gastes pólvora en zopilotes", ya no te sirven. Pero claro, unos tacos requerían de una bola y mi madre, que sabía cuanto habría trabajado por aquello, me había dicho que si me portaba bien, también me llegaría una bola, si, mi primera bola propia.
Como casi todos, contaba los días, las horas y algunas veces hasta los segundos para el día de navidad. Era apenas 23 de diciembre y las ansias nos hacían sentir, las ganas de que llegará el niño Dios. Si, esa es la verdadera historia de navidad, no la que cuentan ahora de Santa Claus o de los renos, volando hacía la chimenea, que por cierto, no tenemos en la tradición de nuestras casas de campo en Costa Rica. Eso se inventó después, cuando llegó la tele y la gente tenía otras cosas que hacer, pero en el campo, en la Costa Rica rural, la tradición iba con el portal y la llegada del niño, que era el último en llegar, a las casi media noche del 24 de Diciembre, que se acostumbraba poner al niño en el pesebre. Ayy...que lindo, el portal y las famosas posadas, que le permitían a uno salir de la casa en las tardes de enero, para rezar al niño Dios. Bueno, de eso les cuento otro día.
La noche de navidad era siempre toda una expectativa, todos queríamos saber si llegaría temprano, si tendría algún inconveniente de camino, si de verdad se acordaría de todos los niños del pueblo, si tendría suficiente platica acumulada por los padres para poder con tantas compras. Bueno, las preguntas iban y venían, todos los chiquillos ilusionados con la llegada de la navidad. En la casa no se comía nada muy extraño, la noche de navidad un par de tamalitos de cerdo o de pollo y una aguadulce bien calientita, si... esa que se hace con el dulce producido en El Trapiche. Y ahora si, a la cama tempranito, porqué sino, no llega el niño.
En la mañana, todos tempranito en la sala. Mi casa tenía una gran esquina que se usaba para el portal. Mi madre guardaba su máquina de cocer, que usaba para remendar la ropa, cocer ajeno y hacer las famosas sábanas de cuadritos, esas que hacía de retazos, que le permitían vestir todas las camas de la casa e inclusive, vendía en algunas ocasiones para redondear los ingresos familiares. Mi madre siempre tenía una que otra sorpresa y cuando llegaba la navidad, le reglaba a sus vecinas un recuerdito, sobre todo a las mas pobres que sabía que tendrían mas necesidad. Ahí, en medio de la sala dónde estaba el único foco de luz se ponía el pasito, con los reyes magos y las figuras de Maria y José, el burro y las ovejas, por supuesto la mula y el buey y lo más importante, el pesebre donde amanecía el niño.
Finalmente llegó, si llegó tempranito y para todos. Con una tortilla caliente aún en la mano y, apenas terminada la aguadulce con leche, finalmente todos abrimos los regalos. Si, todos teníamos para celebrar. Cada uno con mudada nueva, zapatos para la escuela -un pantalón corto nuevo y una camisa blanca de punto, seguro hecha por mamá-. Los tacos nuevos, bueno luego me enteré que eran donados a mi abuela y que los habían pagado a embetunar, para que parecieran nuevos, pero no importa. luego de la primera jugada, todos se parecían y podría alardear de tener por fin, unos tacos de fútbol propios. Finalmente, en una envoltura redonda y con mi nombre al lado, pintado con un plumón, la bola, si la bola de hule, mi primera bola en la historia. Si usted aún recuerda algo así, parecido, creo que somos de los mismos, de los que crecieron con pantaloncillos cortos y jugando una mejenga, comiendo mangos y manzanas rosas, bañados en el río en calzoncillos para llegar secos a la casa, esos que jugamos trompos y tresillo, de esos...espero que alguno, le guste leer y se sonría cuando termine este pequeño cuento.
Que bonita era la navidad, no les parece.....
Leiner Vargas Alfaro
Desde El Trapiche, Aalborg Noviembre 8, 2016.
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